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Autor: admin

Palabras de amor

El verdor de tus pupilas
es el agua cristalina
que corre por el arroyo
cantando alegres canciones
que el viento va pregonando.

Noche negra y tenebrosa
son tus cabellos rebeldes
que tienen el brillo del sol,
la bravura de la muerte.

Tu piel oscura y broncínea
proclama a voces tu estirpe.
Tu sangre que es española,
al golpear en tus venas,
va murmurando en silencio
palabras de amor que queman.

Una española, también
de tu estirpe y tu bandera
que adora a tu mismo dios
que por ti y por ella reza,
te recuerda con amor
que no olvides la promesa
que un día no muy lejano
hiciste de no dejar de quererla.

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Siempre te recordaré

Esos labios puros y yertos
qué fríos y blancos están
y esos ojos tan oscuros
no los volveré a mirar
y esa sonrisa tan tierna
jamás podré contemplar
y esas manitas de nácar
que no podré acariciar.

¡Qué pena tengo, mi niña!
Qué pena me da el pensar
que una flor tuve en mis manos
y la estrujé sin piedad.

Pero yo sigo viviendo
en castigo a mi maldad,
mas mi fe y mi cariño
contigo a la tumba van.

No te olvides, niña buena,
por mí en el cielo rezar,
por si tus lágrimas puras
mi perdón pueden lograr.

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¿Cómo puede ser…?

¿Cómo puede ser, mi Dios,
que sin querer lastimar
de forma cruel y mezquina
clave hondas espinas
en el corazón de él?

Mi hermano quise que fuera
y con amor le traté
mas ese amor fraternal
con el transcurrir del tiempo,
transformose, poco a poco,
en su alma varonil,
en un huracán ardiente
que todo lo devastaba,
en llamas abrazadoras
que todo lo devoraba.

A tus pies, mi buen Jesús.
Por él vengo a rogarte,
a llorarte, a suplicarte
que cese su amor por mí.

Tú sabes que no podré
corresponder su cariño
porque ya desde hace tiempo
mi corazón virginal
palpita, humilde y sincero,
por un amor sin igual.

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Un lucero en el cielo

El día que tú naciste
nació un lucero en el cielo.
Gracias, Dios mío, por darme
lo mejor del mundo entero.

Tengo un hijo que me cuida,
que me mima y me protege,
que llena mi vida entera
con sus requiebros y sus besos.

No podría ser más feliz.
Es el mejor regalo
que del cielo me ha llegado.

Siempre soñé con él
y mi sueño lo he alcanzado.

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Súplica a la Virgen Milagrosa

Madre mía, Milagrosa,
Virgencita del amor,
tienes los ojos más dulces
que el néctar de la más fragante flor.
Y es tu cuerpo tan donoso,
tan esbelto, tan lleno de candidez
que de todo él se desprende
pureza y nitidez.

Tu manto azul sereno,
la hermosa luna a tus pies
y tus manos candorosas
alumbran con timidez
la oscuridad de este mundo
de tinieblas y de fe.

Tu mirada está clavada
en las pupilas de Él
y le pides por tus hijos
indignos de tu querer
que no merecen siquiera
una lágrima bendita
de esos ojos de mujer.

De hinojos ante tu pies
a ti pedimos clemencia,
ayúdanos, Madre mía
a vencer la tentación
que con frecuencia nos tiende
el Demonio engañador.

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Risa cruel

Tú eres mi dulce y eterno amor
Estar contigo es la dicha,
estar lejos, el temor.

Cuando nubes de desdichas
enturbian mi corazón,
mi alma entera se cubre
de miedo y consternación.

No te entristezcas, bien mío.
No te disgustes, ¡por Dios!
Que tu tristeza es la mía
y tu dolor mi dolor.

Deseo ver dibujado
en tus labios el amor
y no desprecios ni burlas
que me llenan de temor.

Mas una pena muy grande
sin querer me dominó
cuando vi que te reías
sin piedad, sin corazón.

Al ver que por ti lloraba,
por tu ingrata incomprensión.

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Saber esperar

La lluvia se desliza
melancólica, asustada,
como una sombra densa
de humo blanquecino
que cegase sin dejar ver.

Para los que aman
es el preludio del invierno,
de la unión familiar,
de la paz y del sosiego.

Para los que no conocen
el fuego ardiente del hogar
significa el fastidio, el tedio
por tener que abandonar
los pasatiempos veraniegos.

Afortunadamente,
existe otro grupo de personas
más elevadas espiritualmente
que amando se separan,
que queriéndose se alejan,
pero no con tristeza
sino con una sonrisa
diáfana y tenue
en sus labios amorosos.

Saber esperar, he ahí
la maravillosa clave
de los que ilusionados sueñan.
He ahí la renuncia valerosa
de los que no olvidan.
He ahí el sacrificio sublime
de los que no dicen adiós
sino hasta pronto.

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Abuelita

¡Cuánto has sufrido,
madrecita!
¡Cuántos dolores
han lacerado
tu dulce faz!

Qué de sudores
han resbalado
por tus sienes
plateadas,
sellando
tus labios
de corales
con un ¡ay! de dolor.

Eres ejemplar
como cristiana.
Como madre
eres sencilla.
¡Eres buena!
Digna de respeto,
de alabanza
y de amor.

¡Cuántas veces
tus ojos han llorado
por los hijos
que el Señor
te concedió!

Y esas lágrimas,
rocío matutino,
por tu cara de rosa
resbaló,
semejándote
a la Madre
que un día
también lloró
arrodillada a los pies
de su Hijo, el Redentor.

Muy pronto,
al hogar retornarás
y esta nieta que te adora
a tus pies se postrará
rogándote que la quieras
cada día un poco más.

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Fidelidad

La pálida luna clara
daba reflejos azules,
violáceos, como de plata,
en tu cabellera negra
tan rebelde y obstinada.

Todo incitaba al amor,
la grata noche callada,
las estrellas rutilantes,
Cupido que nos miraba.

Tu voz cálida, apasionada,
resbalaba por mi cuerpo
como música encantada.

Tus ojos llenos de amor
puso fuego en mis mejillas
a la vez que iluminó
el alma niña dormida.

No osaba mirar tu rostro
por encontrarme aturdida,
mas tú, mi gran protector,
todo lo comprendías.

¡Y ni un reproche,
ni una queja proferías!

Sólo te quiero, mi amor,
por ti daría la vida.
Si algún día me dejases
también te perdonaría,
pero sé que no lo harás,
por ser eso villanía
porque me juraste amor,
porque tengo por testigo
a Jesús el Redentor
que a ti te condenaría
sumiéndote en el dolor
y en la más triste agonía.

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Juventud

Alas doradas del sueño,
blancas olas de ilusión,
fuerza, viento, destreza,
belleza de tierno amor.

No soy tiempo, soy… eterna.
Lleno con risas y cantos
las almas que me contentan.

Hago clara transparencia.
Adorno con mi pureza.
Brindo a quien me recibe
fragancias de mil violetas.

Nunca muero. Soy activa.
Mi vida muere en el cuerpo
y en el alma se reanima.

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