Tiemblo al pensar,
pero no ¡no puede ser!
Dime que no
que no es verdad
que no mintió.
Dímelo tú, virgencita.
Tú eres para mí la luz,
el refugio de mis penas,
la ayuda para el dolor.
La madre amante y buena,
la que siempre perdonó
los desvíos de su hija
con su inmenso y gran amor.
¿Ilusiones? Nada queda.
¿Dolores? Profundos son.
Mas perdona, Virgen mía
mi congoja me cegó.
Por un momento olvidé
lo que tu hijo sufrió.
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