El sueño me transportó
a un lugar encantado,
en el que mil flores distintas vi
sobre un lago plateado.
Rosas de seda roja
tan brillantes como el fuego
se mecían en sus hojas
y un aluvión de jazmines
tan blancos como el nácar
reposaban en sus aguas
cual ninfas engalanadas.
Más yo triste,
sentada al pie de una acacia
suspiraba
y de mis ojos
como cuentas engarzadas
resbalaban
miles de perlas blancas
que el mismo sol envidiaba.
Una pena tan profunda
atenazaba mi alma
que aún estando despierta
su recuerdo me acompaña.
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