El pedestal de aquel sueño
en mil trozos se quebró
y el idolillo marmóreo
de su cúspide cayó.
El laurel de su cabeza
en espinas se trocó
y de sus cuencas vacías
dos blancas gotas brotó.
¿Lloras por mí?
Preguntó sangrante
el mármol que descendió.
¡No lo hagas!
¿No ves que tus pupilas nubladas
por su brillo diamantino
hieren hasta el mismo Sol?
¿No ves que el rocío
resbalando por tu cara
tan angélica y rosada
se vela por el dolor?
No te aflijas,
que mi llanto por ser vano
es esquivo y casquivano
y no merece aflicción.
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