Todo lo creía puro,
tan claro como un crisol.
Como los límpidos rayos
que despide el astro sol.
Como el azul infinito
lleno de luz y color.
Al descubrir la verdad
mi alma se desgarró
cubriéndose de jirones
tiñéndose de dolor,
quedando triste y llorosa,
llena de miedo y temblor.
A ti dirijo mis ojos
anegados de aflicción.
No me abandonéis, Madre,
conducidme hasta el Señor
pues sabéis
que en lo único que creo
es en Dios.
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