Sentada estaba en la orilla
del blanco mar espumoso
y sus olas me mecían
con cantos muy melodiosos.
El padre sol me besaba
con sus rayos ardorosos,
tornando mi piel de nieve
en bronce más luminoso.
La brisa inquieta y suave
mecía mis cabellos en el aire,
dando encanto y donosura
al más hermoso paisaje.
Ajeno a ello, mis ojos
se miraban en las aguas
del blanco mar espumoso,
atraídos por su brillo,
por su color cristalino,
por su verdor transparente,
por ser la imagen serena
de dos gemas color mar
cuyo mirar sólo quema.
Los comentarios están cerrados.