La pálida luna clara
daba reflejos azules,
violáceos, como de plata,
en tu cabellera negra
tan rebelde y obstinada.
Todo incitaba al amor,
la grata noche callada,
las estrellas rutilantes,
Cupido que nos miraba.
Tu voz cálida, apasionada,
resbalaba por mi cuerpo
como música encantada.
Tus ojos llenos de amor
puso fuego en mis mejillas
a la vez que iluminó
el alma niña dormida.
No osaba mirar tu rostro
por encontrarme aturdida,
mas tú, mi gran protector,
todo lo comprendías.
¡Y ni un reproche,
ni una queja proferías!
Sólo te quiero, mi amor,
por ti daría la vida.
Si algún día me dejases
también te perdonaría,
pero sé que no lo harás,
por ser eso villanía
porque me juraste amor,
porque tengo por testigo
a Jesús el Redentor
que a ti te condenaría
sumiéndote en el dolor
y en la más triste agonía.
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