Como límpida violeta delicada,
tronchada por un viento huracanado,
tú caminas.
Una serenidad mayestática
ilumina tu rostro nacarino.
Tú no lloras.
No lo haces,
por ser tu dolor oculto,
y al ser oculto insondable.
Tu figura esbelta, enlutada,
tras los cipreses se pierde,
llevando de la mano
a dos pequeños sin padre.
Hoy compartimos tu pena,
hombres, niños y mujeres,
de las más distintas razas
y religiones.
¡Qué admirable es tu figura,
Jacqueline!
¡Qué admirable!
Como esposa y como madre.
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