Madre mía, Milagrosa,
Virgencita del amor,
tienes los ojos más dulces
que el néctar de la más fragante flor.
Y es tu cuerpo tan donoso,
tan esbelto, tan lleno de candidez
que de todo él se desprende
pureza y nitidez.
Tu manto azul sereno,
la hermosa luna a tus pies
y tus manos candorosas
alumbran con timidez
la oscuridad de este mundo
de tinieblas y de fe.
Tu mirada está clavada
en las pupilas de Él
y le pides por tus hijos
indignos de tu querer
que no merecen siquiera
una lágrima bendita
de esos ojos de mujer.
De hinojos ante tu pies
a ti pedimos clemencia,
ayúdanos, Madre mía
a vencer la tentación
que con frecuencia nos tiende
el Demonio engañador.
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