Esos labios puros y yertos
qué fríos y blancos están
y esos ojos tan oscuros
no los volveré a mirar
y esa sonrisa tan tierna
jamás podré contemplar
y esas manitas de nácar
que no podré acariciar.
¡Qué pena tengo, mi niña!
Qué pena me da el pensar
que una flor tuve en mis manos
y la estrujé sin piedad.
Pero yo sigo viviendo
en castigo a mi maldad,
mas mi fe y mi cariño
contigo a la tumba van.
No te olvides, niña buena,
por mí en el cielo rezar,
por si tus lágrimas puras
mi perdón pueden lograr.
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