El día amaneció triste,
apagado, somnoliento.
Puntas de fuego rasgaban
de parte a parte el cielo.
Todo aparecía callado,
silencioso, como falto de vida.
Contagiada del ambiente
también yo sentía
frío, miedo, tristeza.
Mas ese falso temor
desapareció al instante.
Tú estabas allí, a mi lado.
Tus ojos llenos de luz
me miraban extasiados.
Tus manos acariciaban
suavemente mi rostro
como si de una niña pequeña
y asustada se tratase.
En nuestro hogar ardía
el fuego chisporroteante,
nervioso y vacilante
y nuestro amor, dulce llamita, reinaba
teniendo como trono
el corazón.