Siento una pena infinita
que brota del corazón
clavando dardos y espinas
sin piedad, sin compasión.
Mi tristeza es sin motivo,
mi congoja sin razón,
más yo presiento la muerte
tan cerca que da dolor.
No por mí, tú bien lo sabes, Señor,
es tan chiquillo,
es tan profundo su amor
que temo dejarlo sólo,
sin mi amparo,
sin mi pobre adoración.
¡Déjame vivir, Señor!
Para que un día ante ti
pueda decir sí, lo quiero.
Sin rubor y sin temor
pueda acariciar su rostro
tan querido para mí.
Mirar sus ojos tan dulces
tan serenos, tan así.
Después qué más me da ya morir.
Señor, te lo suplico,
déjame por él vivir.
Noches de bruma y esperanza
Mi ideal eres tú,
La aguda sombra de mortal neblina herida
El sueño me transportó
Paseo por la cuerda de la vida
Halcón negro es un apache
Quisiste ser depravada roca,
Si el mundo fuese
Sentada estaba en la orilla