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El blog de Mila Entradas

Una Navidad diferente

Ya hoy es Navidad.
Una Navidad triste,
nostálgica, sin ilusiones.
Sin poder contar con aquellos que nos hacen felices.
Una Navidad sin abrazos,
sin canciones.

Sin embargo, hay que pensar
en lo más importante,
en un Niño Jesús
que cada año nace
lleno de amor,
abriéndonos las puertas
de una Navidad
infinitamente mejor,
llena de esperanza y amor.

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Preludio de otoño

Una lluvia menuda
golpeaba incesante
poniendo lagrimones soñolientos
en los pesados cristales.

La tarde gris, casi otoñal,
inquieta, apasiona,
dulcifica las tristezas
que sin saber el por qué
a veces nos acompañan.

Los árboles desnudos de hojarasca
nos asustan y acobardan.

Este otoño que se acerca
une a todos los que aman
encendiendo las llamitas
que ardían en sus almas
llenas de comprensión,
de esperanza.

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Una estrella en el cielo

Pronto se cumplirán
veinte años de tu muerte,
madre.
Cierro los ojos y te veo
tan dulce, tan frágil,
víctima de esa cruel enfermedad
que te robó tus recuerdos
sin piedad, convirtiéndote
en flor inmóvil.

Me diste tanto amor,
me cuidaste tanto
que conservo tu recuerdos
que nunca se perderán
porque yo siempre los tengo.

Cada vez que miro al cielo
veo una estrella brillar.
Sé que eres tú
que me miras sonriente
y que siempre me amarás.

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Mamá

En este día especial
brilla en el cielo una estrella,
eres tú, madre del alma
que con dulzura me miras.

Hoy hace años que te fuiste
y en mi alma hay una herida
que tú cubres con tu amor
que desde el cielo me envías.

Nunca estoy sola, mamá,
siempre tu amor me guía.

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La pesca

La embarcación sencilla
surca el mar
y se aventura
por el espejo azulado
que le incita a navegar.

Alumbrada por la luna
va avanzando.
Los tules vaporosos de las olas
al son de los vientos
la va engalanando.

Han salido en busca
del cristal y de la plata.
De esa pesca blanca y clara
que se destaca en sus redes
por el balanceo inquieto
de sus colas levantadas.

No todo es calma en el mar.
A veces, se torna fiero
y sus aguas encrespadas
la persiguen
y acosándola, la atacan.

Los hombres envueltos
por la capa oscura y negra
de la angustia y el temor
se arrodillan temblorosos.

Sus miradas se levantan,
sus manos, en puño cerrada
y en sus labios una plegaria.
Holocausto que se eleva
hasta el Señor que los llama.

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Desesperación

El día es la tiniebla,
la noche el cruel dolor
y mi amor es una espina,
es doloroso aguijón
que se ha clavado en mi alma
como si fuese un arpón.

Herida de muerte tengo
de tan rojo bermellón
que al resbalar por mis venas
aumenta mi desazón.

La muerte lenta me cerca,
me cerca sin compasión
y yo la llamo a mi lado
con deseo, con ardor.

Mas ella no acude presta
al mandato de mi voz
porque así no lo desea
el amor del Redentor.

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A la Virgen de Montserrat

Cuando miro esa cara tan bonita
que a pesar de su color
nos resulta agraciada,
con su tierno infante en brazos
y su cara levantada
y sus ojos fijos en Dios
y en sus labios una plegaria,
siento que mi alma se enardece,
que mi corazón me clama
amor para mis hermanos,
justicia para otras razas
y pienso que también los negros
tienen un alma,
una Madre negra,
pura y sin mancha
que por ellos reza
y que a ellos ama.

Una Madre que lloró
porque a su hijo mataban
siendo Él como era
el Redentor de las almas.

Se repite la historia.
Sí, se repite.
Y resulta vergonzoso
que no se sumen a la causa
todos los fieles cristianos
que a Judas calificaban
de vil reptil y venenosa alimaña.

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Presentimiento

Siento una pena infinita
que brota del corazón
clavando dardos y espinas
sin piedad, sin compasión.

Mi tristeza es sin motivo,
mi congoja sin razón,
más yo presiento la muerte
tan cerca que da dolor.

No por mí, tú bien lo sabes, Señor,
es tan chiquillo,
es tan profundo su amor
que temo dejarlo sólo,
sin mi amparo,
sin mi pobre adoración.
¡Déjame vivir, Señor!
Para que un día ante ti
pueda decir sí, lo quiero.
Sin rubor y sin temor
pueda acariciar su rostro
tan querido para mí.
Mirar sus ojos tan dulces
tan serenos, tan así.

Después qué más me da ya morir.
Señor, te lo suplico,
déjame por él vivir.

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En pos de una quimera

Noches de bruma y esperanza
de estrellas escondidas
y luces apagadas.
Reclinada en blando lecho
la dulce niña lloraba
y de sus ojos castaños
blancas gotas de rocío resbalaban.

A Morfeo, dios del sueño
y de noches embrujadas,
ella llamaba.
A su ruego
anciano de luengas barbas
recostose en su ventana
y consolándola díjole:

«Yo tejeré para ti
con nubes y espumas blancas,
sueños de amor y de dichas
coronados de alegrías y esperanza.
Mas ay, sólo te han de durar
hasta que el rey astro salga».

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Sombra amada

Mi ideal eres tú,
¡oh, sombra amada
que te ocultas en el cielo!

Sueño y te veo todas las noches
en que triste pienso en ti.
Tú no existes, ya lo sé.

El amor es renunciar
y por renunciar a ti,
aún te amo yo más.

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